viernes, abril 17

La muñeca rota

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La gente solía pasar a su lado y no percatarse de su presencia. Ella no lo tomaba como un agravio personal, era difícil llamar la atención en esa esquina sucia. Habían pasado años desde que la dejaron en ese lugar, era una tienda acogedora, a pesar de que todos sabían por que estaban ahí.

Casa de empeño, donde todos los objetos llenos de glorias pasadas, esperaban su segunda oportunidad. Solo los más renegados y llenos de telarañas habían perdido todas las esperanzas. Dentro de ese desmoralizado grupito estaba ella. Violeta era una muñeca de porcelana inglesa, nadie sabia bien de que época. Su ropaje estaba maltratado y conservaba poco de una melena, que denotaba fue abundante. El dueño de la tienda no sabía cuando había llegado, solo recordaba que su padre dijo, que llego muy maltrecha y no valía la pena arreglarla.

El tiempo le pasa por encima, pero ella disfrutaba la estabilidad de la desesperanza. No emocionarse cada vez que sonaba la campana de la puerta. La risa de los niños ya no llenaba su diminuto estomago de mariposas. Fue así como empezó a cantar, al principio solo en las noches, pero con los años se lleno de coraje y lo intento de día. Ese fue el momento que marco el fin, era invisible. Podía cantar horas y horas, sin que nadie se percatara. Y esa libertad estaba recubierta de un placer nunca antes sentido por su pequeño cuerpo.

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Un día igual que cualquier otro, entro a la tienda un padre muy preocupado, con una niña llorando entre sus brazos. El dueño se levanto rápidamente de su asiento y pregunto:

- ¿En que puedo ayudarlo? ¿Esta bien?.- dijo apuntando a la nena.
-  Perdió su muñeca. - dijo mientras dejaba a la infante en el suelo.

La pequeña apenas toco las baldosas, corrió hasta el fondo de la tienda y se escondió debajo de un tambor. El golpe remeció todos los estantes y una nube de polvo entro en los pulmones de la pequeña.
La tos la obligo a salir de su escondite. El polvo y sus lagrimas habían formado una capa de suciedad en su bella cara y varias telarañas se había alojado en su cabello. El padre rompió a reír cuando vio que todo estaba bien.

- Ignacia, deja de llorar te ves igual que esa fea muñeca.- dijo el papa, apuntando a Violeta.

La niña sorprendida miro su reflejo, en el vidrio del mueble, y noto el parecido con la muñeca.

- Me la voy a llevar y nos daremos un baño juntas.- dijo muy decidida.

El hombre satisfecho por la solución a la rabieta, saco su billetera. El dueño sorprendido cobro rápidamente un precio bastante bajo por la muñeca.

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Ignacia abrazo a violeta todo el camino a casa, mientras acariciaba su pelo.

- Nos vamos a bañar y peinar y tomar el té y bailar.- decía con entusiasmo.

Violeta no podía creer lo que estaba pasando, estaba feliz y llena de esperanza. Todas esas sensaciones que pensó estaban muertas, renacieron. No era una maquina oxidada y vieja. Se sentía igual y más llena de vida que nunca. Alguien quería estar con ella.
Sabia que no seria eterno, pero después de saborear el cariño, se entrego entera.

Llegaron a casa, todo fue como lo prometido y mejor. Ignacia solo tenia ojos para Violeta. Se extrañaban cuando no estaban juntas y al reencontrarse pasaban horas y horas jugando.

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El cumpleaños de Ignacia seria en un mes y Violeta sabia lo que eso significaba. Seria el fin, llegaría una muñeca nueva y la reemplazaría. Pero no se sentía triste, al contrario disfrutaba cada momento con muchas más alegría, pues sabia era efímero.

Así ella sonreía llena esperanza cuando salieron al invernadero a jugar con las flores, jugaron toda la tarde sin descanso.

A la hora de la cena Ignacia corrió al comedor, para que su madre no la regañara. Su vestidito de tul rosa se movía con el viento. Eso fue lo ultimo que vio de ella.

La niña nunca volvió por la muñeca. Simplemente se aburrió.
El corazón de Violeta se oscureció lentamente al ver pasar a su niña por fuera del invernadero día tras día. No estaba lista, faltaba un mes.



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De a poco todo volvió a la normalidad, Violeta comenzó a cantar nuevamente. Otras telarañas, otro estante. El mismo placer vació.

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