Al mirar las hojas caer y la luna reaparecer,
me deje llevar por la inconsolable desesperación de la monotonía.
Ser dueña de mis pasos, nunca pedir prestado.
En mi mente, debía ser libertad bajo fianza.
La capacidad de no responder ninguna pregunta atrapada debajo de la bota de la desconsolante rutina.
Ser un número, un peón sin cara, sin derecho a nombre.
El precio de dormir tranquila era vender mi humanidad por pedazos.
Mi pasión juntando polvo junto a mis juguetes de infancia.
Nunca cuestioné el dolor de perderme entre columnas de Excel.
El futuro era gris, pero era mío.
Ser capaz de salir y no volver, me hizo olvidar cada herramienta de la caja de dulzuras.
Viví con el alma a medio llenar, agradeciendo que ya no estaba vacía.

